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martes, 26 de enero de 2010

LA VIDA EN SU MÚSICA

Su música me vuelve sereno, sus notas penetran en mi cabeza y con tanto dinamismo rimbombante dejo caer una mueca de satisfacción.
Hoy es otro de esos días en los que la música de Johann Sebastián Bach, me devuelve a la realidad, a la frívola realidad.
Hace cinco años que se la diagnosticó el mal de Alzheimer. Desde entonces su sanidad deviene prolija a la tan abyecta degradación neuronal.
Los recuerdos de mi madre se pierden en el vacío de la nada. Solamente saca a colación algunos recuerdos de su juventud, cuando conoció a mi padre. Otras veces la he oído referirse a mí y a mi hermana; nos dice que nos comamos el trozo de chocolate con leche que nos acababa de dar en la merienda antes de que llegase mi padre. Recuerdo aquellas tardes, mi hermana y yo salíamos con rapidez del colegio cuando en casa, como cada martes nos esperaba un par de grageas de chocolate con leche. Una de esas tardes en particular, me acordé de la última clase que tuve, era en quinto curso. El tema era la familia; las monjas no describieron lo maravilloso de tener un padre y una madre, al mismo tiempo que tuvieron compasión por la pequeña María, ya que ella no tenía padre; cuando faltaban unos minutos para acabar la clase, María no pudo contenerse y empezó a sollozar.
Todavía me acuerdo de la foto, a la izquierda de la instantánea, se situaba un señor, el padre protector, en su sentido más amplio, de los demás miembros de la familia; la madre situada a la derecha del padre, denotaba una posición servicial, sus manos se situaban en los hombros del hijo varón, el cual parecía estar inquieto por la escena, a su vez la madre intentaba ponerle bien la capucha del abrigo; por último la hermana, situada delante del padre, con cara de no haber roto un plato en su vida.
Debajo de la foto una frase que ponía, la familia.
Para mí, el concepto de familia que aquel día me enseñaron las hermanas de la caridad, no correspondía en absoluto con el que me había tocado vivir. Mi madre parecía vivir una penitencia que sólo le permitía sonreír, vivir, cuando su argolla se cansaba de la constante opresión que le ejercía y maquinaba una ofensiva diferente.
Mi hermana tenía grabada en su mirada la expresión del miedo a punto de aparecérsele en cualquier momento y en cualquier lugar. Como sus ojos eran enormes como platos y de un precioso verde esmeralda, la gente creía que sus húmedos ojos eran consecuencia de diversas partículas (polvo, arena…) que le hubiesen entrado en ellos. Pero yo sabía que no, que sus ojos sólo estaban esperando el tan temido sufrimiento; la impotencia por no ser como la familia que las monjas decían todos los años a sus alumnos y siendo ella una cría la única solución que le quedaba era la de esperar a que el dolor volviera y resignarse a tal situación. Pero todo principio tiene su final, así lo entendió mi hermana cuando a los dieciséis años se quitó la vida, saltando desde el acantilado de las Maravillas. Allá de donde partieron los sueños de los viajeros con destino a las aventuras de ultramar, acabó la pesadilla de mi hermana y por ende acentuó el sufrimiento de mi madre.
Cuando Sara se quitó la vida, me sentí bastante sólo en ese viaje que todavía me tocaba recorrer a mí. A mi madre le costaba luchar cada día más, de tal manera que un día cedió y se le apagó la luz de su alma.
Cuando la hermana Victoria me preguntó si mi padre trabajaba, yo le contesté que sí; cuando me preguntó si mi padre me quería, yo le dije que sí, cuando me preguntó que como expresaba mi padre su cariño hacia mi, yo le dije con la seguridad de quien ha aprendido bien la lección: “que llevar el dinero a casa”, me callé unos segundo y continué, para que mi madre pueda comprar comida, para que mi madre pueda ir a la peluquería, para que mi madre pueda ir a comprar la ropa de trabajo de mi padre. La monja me paró
Me dijo que eso estaba muy bien, que nuestro padre se preocupaba porque la familia pudiera mantener un cierto bienestar a pesar de que el estuviera trabajando. Lo que ella me preguntó concretamente era si mi padre era afectivo conmigo; yo le pregunté que quería decir afectivo, ella me respondió “afecto, cuando quieres mucho a alguien, los sentimientos que están hacia la otra persona y que se expresan de diferentes formas”. Le pregunte si se refería por ejemplo cuando mi madre nos preparaba el chocolate con leche a mí y a mi hermana para merendar los martes por la tarde. Ella me dijo que sí, que eso en parte era una manera de expresar el afecto. Acto seguido me preguntó si mi padre también nos preparaba en sus ratos libres la merienda o cualquier otra comida, yo le contesté que no, que mi madre siempre insistía en que nos tomásemos el chocolate sin prisa pero sin pausa y que jamás le dijéramos a papá donde se encontraba guardado. Ella no tardó en preguntar ¿por qué? Yo le respondí, para que a mi hermana no le llorasen los ojos. La hermana Victoria no era como esas personas que parecen aseverar sus argumentos en forma de sentencia pragmática y decidió seguir preguntando, ¿por qué a tu hermana le lloran los ojos? Porque tiene miedo respondí, ¿de qué? Preguntó ella. De que mi familia no se pareciese a la familia de la foto del libro de convivencia.
La hermana Victoria, pareció entender que mis respuestas no escondían ninguna trampa que la hiciesen dudar, porque no tardó mucho tiempo en llamar a casa y preguntar a mi madre por nosotros y nuestro estado, incluso cuando ya no estábamos bajo su influencia académica llamaba con asiduidad. Hasta que un día dejó de llamar y jamás he vuelto a saber nada de ella.
Mi padre es un tipo muy curioso, debieron de explicarle de pequeño otro modelo de familia, diferente a la que mi hermana y yo aspirábamos tener y que hasta hoy no lo había puesto en duda. Pero por aquel entonces, yo me preguntaba si en los libros de convivencia que había cuando mi padre era pequeño aparecía un padre, con expresión de control, una madre con la cabeza agachada, un hijo con ganas de matar a su padre y una hija que ve como su ilusión por la vida queda solapada por el muro del miedo.
A los catorce años y tras una década sumariada en palizas y en reproches a mi madre, abusos a mi hermana, e insultos hacia mí, mi padre se encontraba en un estado de tal embriagadez que empezaba a delirar. Los delirios iban acompañados de conspiraciones contra su persona, especialmente contra mi y mi madre, hasta tal punto que hubo una temporada en la cual mantenía que mi madre y yo nos acostábamos. El aumento de la presión contra mi, se tradujo en el descenso de la presión hacia mi hermana, sobre todo desde que ella tenía novio.
A los diecisiete años y tras el intento de mi padre por pegar a mi madre porque siempre se encontraba la sopa fría cuando llegaba del turno de noche, le clavé un cuchillo a mi padre en el abdomen, según la autopsia, el hígado de mi padre estaba perforado por un objeto punzante. El juez de menores que tuteló mi caso, entendió que al atacar con un cuchillo en una zona vital, había cometido un homicidio imprudente. Al final me condenaron como autor de una falta contra la vida de mi padre a realizar trabajos en cáritas diocesana en la isla de Mallorca
Cuando volví a mi casa, mi madre no era la de antes, había dejado de ser aquella mujer que mantenía la casa en un perfecto orden para que mi padre no se enfadase. Ahora ya no había padre, ahora no había orden y si una pequeña pensión de 478€.
Ella no me reconoció y los médicos si que la reconocieron el alzheimer. Desde entonces estoy con ella. Para hacer frente a los gastos generados desde la muerte de mi padre, me busqué un trabajo de media jornada en un supermercado cerca de casa. La última noticia favorable que he tenido ha sido el reconocimiento de la enfermedad de mi madre, como estado de dependencia y por ello aunque poco, recibiré 183 €
Ahora no espero nada, ni a nadie, sólo espero que mi madre pueda pasar los últimos días de su vida de la manera más digna posible, nada más. Mi madre, mi hermana y yo vimos como el sol se ponía, como los dioses que la sociedad nos imponía caían uno a uno. Y aunque mi hermana falleció y mi madre ya no tiene lucidez, ella y yo hemos sobrevivido y hemos visto ponerse el ocaso de los dioses.
En una habitación en penumbra Tocata y fuga en Re menor.

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