Reconozco que he tenido una vida fácil, no sólo por haberme criado en una familia acomodada, sino también, por haber sido deseado por muchos y muchas. De lo primero poco cabe explicar aquí, ya habrán visto en películas o habrán leído en algún libro como es la vida de los ricos. Me centraré en lo segundo.
Estoy apunto de licenciarme en Derecho y en A.D.E. por la Universidad Europea de Madrid, para cuando acabe tendré plaza en uno de los masters más prestigiosos de dirección financiera que imparte la caja de ahorros más importante de España.
El tiempo pasa, hasta hace cinco años, era un chaval flacucho pero de cara bonita, que compartía una relación con Miguel cuya belleza eclipsaba al propio Adonis; la relación terminó cuando él me puso los cuernos. Por aquel entonces trabajaba en la discoteca de Pachá en Torrevieja, bailaba en una plataforma cada viernes y sábado y volvía a casa de mis padres en la costa con algunos litros de alcohol en la sangre, algo de droga en la nariz y la verga llena de saliva. No es que me haya dado mucho a los vicios, no voy a negar que los he probado, pero nunca fui yo a por ellos....
Un día cualquiera te levantas de la cama, te fijas en la imagen que devuelve el espejo del cuarto de baño, te tomas tu tiempo, recorres cada centímetro de esa mirada que una vez fue inocente y te preguntas ¿de quién es ese rostro?
Hacía un rato que el asiento situado enfrente de mi no estaba ocupado, el cristal que refleja mi mirada desvirtúa mi rostro, con todo su esencia parece resistir, por un momento creí ver aquella mirada de antaño, pero pareció ser una ilusión. En seguida aquel rostro me situó en la escena. En la parada de Moncloa subió él, su reacción inmediata fue sentarse en el asiento que estaba vacío e impedir que vislumbrase mi rostro en el cristal.
El rojo es el color que mayores impresiones produce en nosotros; es la sangre que recorre nuestro cuerpo, es la pasión y el desenfreno, es la prohibición etc, etc... pero esa tarde en el metro, el rojo decidió ser el color de la muerte.
El vagón se había quedado vacío de pasaje, muchos no estaban, otros muchos abandonaron apresuradamente el coche, el único que permaneció conmigo fue Roberto, que sentado a mi izquierda me agitaba y me indicaba en voz alta y nerviosa que deberíamos marcharnos de allí inmediatamente. Pero yo seguía contemplando el rojo en el cristal, seguía viendo como la sangre descendía y contactaba primero con el asiento y después con el suelo. Subí la mirada y me fijé en él, parte del cráneo dejaba ver restos de las bisceras, inclinado hacia un lado, el ojo izquierdo pendulaba fuera de su órbita. Roberto se ponía cada vez más furioso, desde la puerta me indicaba con énfasis que la policía vendría en breve; yo me levanté y me dirigí hacia la puerta, antes de abandonar el tren, me giré y le dije las furias te mataron.