Es un día más, pero no un jueves cualquiera, son las 17:43 y el decano de la facultad de Derecho, irrumpe con vehemencia en medio de la clase de Teoría del Delito y lejos de su fogosa entrada, le comunica al profesor que el aula ha de ser desalojada en la mayor brevedad posible, la causa: una amenaza de bomba.
Sentada en el quicio de la puerta, en el umbral que separa la cocina del exterior, contemplo el parterre que conecta la casa principal con la casa de invitados. Mi mirada, determinante, recorre aquellos lugares que por entonces, fueron parte de algo y que ahora se encuentran vacíos de contenido; la nostalgia parece no llenar la acritud y en aquellos pinos, el rosal, el naranjo, el césped y el huerto tu presencia es vaga y el presente me dice que aquello nunca será, porque nunca fue. Al tiempo, las lágrimas descienden por mis mejillas y caen en el pantalón blanco de lino. Desde que tuve conocimiento de mi porvenir, ninguna lágrima he derramado, pero ¡cuan poderosos son los sentimientos¡, desde que era pequeña no sollozaba como aquella tarde cálida de primavera.
En el día que sólo vi un espectro de ti en aquel parterre, vi a una libélula llevarte bien lejos; sentada en el quicio de la puerta vi a una libélula llevarse todos esos recuerdos, y vacía de cualquier contenido, decidí decirle a la muerte que ya estaba preparada.
Aquellas voces resonaban lejanas en mi cabeza, sentada en la silla del aula no ví más que aquella libélula posarse en mi pantalón; hacía un rato que las voces se disiparon o mis oídos se apagaron, una mirada y la libélula marchó por la ventana, ¿qué marchará con ella? Será mi juventud, será mi primer amor, será aquel cumpleaños de 1999, será aquel viaje a Biarritz... o quizás sea mi cancer.
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Hace 6 días
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