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viernes, 28 de mayo de 2010

2.1 Carrer València 369

No hizo ni un instante que las sombras absorbieron toda la luz cuando me encontraba en un pasillo largo y lúgrube. A la derecha cinco puertas. Al fondo, latente, la poca luz de la casa parecía emanar de algún televisor encendido. Proyectada en la pared, una sombra no muy alta parecía inquieta.
Luca es un chico de veintinueve años, moreno de piel y pelo negro. Hace diez años dejó atrás su vida en Sao Paolo para instalarse en Barcelona. Aquel jóven que acababa de dejar la pubertad no pudo contener las lágrimas en su primer viaje al viejo mundo.
Con la esperanza como timonel, poco a poco el cielo del trópico de capricornio dejaba paso al Ecuador y tras atravesar el gran Atlántico la peninsula hizo acto de presencia. Empero el viaje no se presuponía fácil, cuando el avión se acercaba a Madrid, una tormenta acompañada de rayos y relámpagos aseguró un aterrizaje brusco e intranquilo.
Si en Madrid era la tormenta quien recibió a Luca, su llegada a Barcelona fue completamente opuesta. El sol relucía en su máximo explendor y la temperatura aún siendo elevada se podía soportar debido al viento de Tramontana que soplaba.
Aquella noche sin embargo, aquel chico era ya un hombre en cuya mesa había un ordenador portatil, un cenicero con varios cigarillos y un tubo con ron y hielo. En un instante se levantó, y quitando importancia a la película que veía en el ordenador, puso la cadena de música. Placebo era el grupo que empezó a sonar. Se volvió a sentar, cogió otro cigarillo y se lo encendió. Su mirada volvía al ordenador en dos direcciones, la primera era para mirar si alguien estaba conectado en el mesenger y la segunda dirección, vaga como de soslayo, se dirigía a la película.
La película era un clásico del cine de acción de serie Z titulada el Patito Lila, cuyo personaje se ve inmerso en un mundo de muerte que el mismo no busca pero del que no puede escapar.
En esa escena aparece el patito lila en un escaparate de una tienda. La película se detuvo en ese instante y Luca al percatarse, buscó la manera de continuar con la reproducción. Después de varios intentos, pensó en que el programa se había bloqueado e intentó cerrarlo, sin éxito, miró la escena y antes de que presionara el botón de reinicio de windows, se fijó en un objeto circular que en la escena parecía estar fuera de contexto. Lo extraño era, que mientras la imagen estaba congelada, aquel objeto con forma de rueda se movía sobre su eje, en cada parte del eje dos cuchillas.

sábado, 15 de mayo de 2010

1.3 El ángel

La madera de la rueda absorbió toda la sangre que pudo y su tonalidad adquirió un color ocre.
La noche se marchaba a la vez que el salón perdía el rastro de la muerte. Cuando el gris ganó terreno al negro, Nico, Susi y Samba marcharon a dormir al dormitorio de Reyes.
La mañana parecía abrirse de nuevo entre nubes. Cuando el despertador sonó, en la casa reinaba una inusual tranquilidad. Me levanté y puse agua a calentar para tomarme una infusión. Era temprano y domingo por lo que todavía era pronto para estar despierto. Dejé la infusión reposar y fui al baño a lavarme la cara. Al llegar a la puerta me percaté de que las tres siluetas felinas se encontraban en posición severa; Nico, Susi y Samba contemplaban mis movimientos desde el pasillo por donde hacia un instante acababa de pasar. Sorprendido de no habérmelos cruzado, entré en el cuarto de baño, me miré al espejo y dije: -bueno me acabo de levantar, es normal que ande algo despistado-. Salí del baño y volví a la cocina, en el camino, no había ni rastro de los tres. Me tomé el té rojo, me recogí en la habitación y me tumbé en la cama durante un rato más.
Son algo más de las tres de la tarde y expuesto al sol el calor se hace insoportable. Bajo el portal número 43 me sitúo para resguardarme del calor y también para esperar la salida.
La humedad tampoco es buena compañera de espera y a pesar de estar protegido de la acción del sol, tengo la camiseta empapada. Sólo quiero darme una oportunidad más, sólo quiero darle una oportunidad más. Unas gotas de sudor recorren mi rostro, la inquietud parece haberse apoderado de mí, y antes de dejarme llevar por el desasosiego, la veo.
Por la puerta aparece una silueta femenina, su piel frágil y blanca está protegida por un vestido de tela blanca y ligera, sólo las piernas se escapan y me permiten comprobar que son proporcionadas y hermosas. Sus ojos azules, acaban de ser tapados por unas gafas de sol, la bella en la Costa de Azul, se podría haber titulado la escena en la que ella abandona la librería donde trabaja; sin embargo una vez más, la Costa Azul se desvanece y la bella es sólo una imagen que se aleja por la calle.
Me desplazo, la sigo, la alcanzo y cuando quiero decirle que, de todas las cosas maravillosas del mundo sólo hay una que reuna el encanto de todas ellas, me vuelvo introvertido, el corazón se me dispara, las ideas se difuminan en la nada y las palabras campan libres y sin razón. Ella me conoce, sólo soy otro cliente más. Se ha percatado de que estoy a su lado y con modestia, decide atenderme; un hola, un ¿qué tal? y ya es suficiente para mí.
Lo planeado por la razón durante días, se viene al traste cuando estoy cerca de ella, el plan parecía perfecto, sin embargo, ante su persona soy un tartamudo que responde titubeante -sí, bien gracias me dirijo a ver la programación de los Cines Alexandra.-
Ella debe de notar lo patán que soy y esboza una sonrisa, que sosega al monstruo que me daba la sensación ser en aquel momento. La conversación siguió con sus sutiles preguntas, más naturales e inocentes que las que dije yo, llenas de artificio e impertinentes.
Sin venir a cuento, lo dije ¿te apetece tomar algo?, ella volvió a mostrar su perfecta sonrisa y me dijo que no podía, que el tren de Parets se le escapaba. ¿Por qué tengo que meter la pata cuando pasa delante mío un ángel como ella?
Aquella respuesta, me indujo de nuevo al estado introvertido, pero el aire ya era muy pesado para soportarlo. Le dije: -vale-, le desee buena tarde y me fui sonrojado en sentido contrario.
Aquella noche, en mi habitación, lloré mientras repetía para mi mismo: ¿qué planes tendría que hacer?, ¿le habré parecido un bicho raro?, peor aún, ¿no pensará en mis sentimientos?.
No hizo ni un instante que la oscuridad absorbió toda la luz cuando me encontraba en un pasillo largo y lúgrube. A la derecha cinco puertas. Al fondo, latente, la poca luz de la casa parecía emanar de algún televisor encendido. Proyectada en la pared, una sombra no muy alta parecía inquieta.

sábado, 8 de mayo de 2010

1.2 La rueda se alimenta

Dicen que por la boca pequeña no entran ruedas de molino, quizás por eso ella hablase así, para que no le entrasen esas ruedas, sin embargo lo que en ese momento los tres pequeños felinos no sabían, es que la rueda de molino que se estaba conformado incluía dos cuchillas, una a cada lado del centro de la llanta. Esa rueda se acabó aquella misma noche.
Valedora del título de paranoica era Pamela, digo que era porque aquella misma noche desapareció. Cierto es que la rueda siguió allí en el salón, quieta, esperando a un nuevo amo, que quizá la siga dando forma o que quizá sólo se deje llevar por su suerte.
Pamela había hecho de la convivencia un orden, que de tanto en tanto era alterado por las risas de las dos de la mañana. Aquella noche las risas habían vuelto y Pamela violentada por tal desaprensión, se levantó de la cama y se fue al salón. En el momento, había un grupo de personas, algunos conocidos y otros no, pero allí estaban todos mirándola desde arriba. Pamela se puso las manos en la cabeza y se tapó los oídos, pero allí seguían. Al cabo de un rato las risas pararon, pero en sus caras sólo había sardónica risa que sin embargo la hicieron encerrarse en su paranoia y empezar a lanzar insultos acá y acullá con cierto resultado incierto, ya que las personas volvieron a reírse. Exhausta, con el último resuello, empezó a balancearse, se contrajo en posición fetal y empezó a hablar en voz baja. Cuando quiso darse cuenta de que había una rueda enfrente de sus pies, la suerte ya la había tocado y como ésta habló con las percas en la rueda encontró un hilo.
Mientras cogía el hilo, más voces, esta vez sin rostro, se sumaron al escenario,que como foro público de la risa le hacían a ella sentir sórdida. Vuelta a la risa, vuelta de nuevo a oír y sentir ser alguien diferente por el rechazo; vuelta la sardónica, vuelta y vuelta, todo girado y otra vez a empezar.
Que decir de la risa que no estuviese experimentando ella en esos momentos, sólo retozadas de aquella mujer de unos cincuenta años, de pelo corto y mirada fulminante parecían afectarla con más indignación que las otras.
Cuando lo locuaz dejó México y definió la materia de ella, en la rueda se acababa de conformar, sin que ella fuese consciente de lo que hacía, dos cuchillas.
Una de ellas fue dirigida con firmeza por el brazo izquierdo hasta situarse a una distancia prudencial,la que separa la vida de la muerte. Empero, aquellas no debían ser las instrucciones correctas, porque de nuevo, un hilo de lana de color negro descendía hasta que se posó en la cuchilla. Confundida Pamela, dudó, y con ademán de supervivencia, intentó quitar la cuchilla de su alcance. Nerviosa, sin meditar en lo que estaba haciendo levantó la rueda y en el momento que veía alejarse la cuchilla, apareció su hermana de acero y le sesgó el cuello. La sangre, empezó a extenderse por todo el lugar. La madera de la rueda absorbió toda la sangre que pudo y su tonalidad adquirió un color ocre.

martes, 4 de mayo de 2010

1. Bajar al inframundo

Aquella tarde de primavera se presentó impetuosa. Dentro de la casa, las ventanas se retorcían, los cristales parecían hincharse y las gotas ayudadas por el viento, intentaban vencer la fuerza de la pared, humedeciendo solamente el muro que separaba la terraza de mi habitación y la de Pamela. En la parte de la casa donde no había contacto con el exterior, sólo había un fino hilo de actividad, el sonido del viento al quebrar contra la estructura de los edificios, inmaterial pero presente.
Sin embargo, era el frío la circunstancia que nos hacía a mí, a Reyes y a Pamela permanecer en nuestras estancias próximos a las estufas eléctricas.

Yo decidí desconectar un poco. El día había sido muy agotador; por la mañana,deprisa y corriendo había estado elaborando dos trabajos académicos cuya fecha de entrega vencía a las cuatro de la tarde. El resultado fue funesto. Quizá por ello errático me encontraba, y tras tantear sin éxito lugares que antes acogieron mi ubicuidad, sólo encontré un lugar cómodo en el que poder asentarme. Me estiré en la cama y cerre los ojos.

Tres son los gatos: Nico, Susi y Samba. Nico mezcla de gato noruego y gato común europeo le viste un largo pelo de color blanco y marrón oliva. Es afable y de perfil se asemeja más a un tonel que a un gato. Susi es una gata común europea de color gris con franjas negras, de figura esbelta y caracter arisco ronda el año de vida. Para ganarse su confianza hay que intentarlo con la comida, de tal manera que si al principio me rehuía en cuanto se percataba de mi presencia, al aplicar la técnica del jamón cocido ella me aceptó y no dudó en acercarse. Lo malo de esta técnica es que cada vez que abro el envoltorio del pernil, aparece su silueta a mi costado y con ronroñeos y caricias intenta que ceda a sus pretensiones. Por último Samba, o como yo le llamo Pequeño Napoleón, gato de un mes y de color atigrado, de bravo espíritu no se deja amedrentar por ninguno de sus nuevos compañeros felinos. Denota mucha vitalidad y tiene cierto ingenio felino que más de una vez me ha dejado con la boca abierta.
Hace dos noches, Nico, Susi y Samba andaban con cierto sigilo por la casa. Parecía sorprenderles algo a lo lejos, se oían golpes en el salón. Inmediatamente acudieron y desde el quicio de la puerta observaron a Pamela cerrar con vehemencia la puerta que comunicaba el salón con la terraza. Acto seguido la vieron coger también su taza de infusión (un preparado de infusiones relajantes) y como de sus labios salían palabras en tono bajo y constante como recitando un texto; sus ojos se centraban en la televisión que al instante empezó a oirse por toda la casa.Dicen que por la boca pequeña no entran ruedas de molino, quizás por eso ella hablase así, para que no le entrasen esas ruedas, sin embargo lo que en ese momento los tres pequeños felinos no sabían, es que la rueda de molino que se estaba conformado incluía dos cuchillas, una a cada lado del centro de la llanta. Esa rueda se acabó aquella misma noche.