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sábado, 15 de mayo de 2010

1.3 El ángel

La madera de la rueda absorbió toda la sangre que pudo y su tonalidad adquirió un color ocre.
La noche se marchaba a la vez que el salón perdía el rastro de la muerte. Cuando el gris ganó terreno al negro, Nico, Susi y Samba marcharon a dormir al dormitorio de Reyes.
La mañana parecía abrirse de nuevo entre nubes. Cuando el despertador sonó, en la casa reinaba una inusual tranquilidad. Me levanté y puse agua a calentar para tomarme una infusión. Era temprano y domingo por lo que todavía era pronto para estar despierto. Dejé la infusión reposar y fui al baño a lavarme la cara. Al llegar a la puerta me percaté de que las tres siluetas felinas se encontraban en posición severa; Nico, Susi y Samba contemplaban mis movimientos desde el pasillo por donde hacia un instante acababa de pasar. Sorprendido de no habérmelos cruzado, entré en el cuarto de baño, me miré al espejo y dije: -bueno me acabo de levantar, es normal que ande algo despistado-. Salí del baño y volví a la cocina, en el camino, no había ni rastro de los tres. Me tomé el té rojo, me recogí en la habitación y me tumbé en la cama durante un rato más.
Son algo más de las tres de la tarde y expuesto al sol el calor se hace insoportable. Bajo el portal número 43 me sitúo para resguardarme del calor y también para esperar la salida.
La humedad tampoco es buena compañera de espera y a pesar de estar protegido de la acción del sol, tengo la camiseta empapada. Sólo quiero darme una oportunidad más, sólo quiero darle una oportunidad más. Unas gotas de sudor recorren mi rostro, la inquietud parece haberse apoderado de mí, y antes de dejarme llevar por el desasosiego, la veo.
Por la puerta aparece una silueta femenina, su piel frágil y blanca está protegida por un vestido de tela blanca y ligera, sólo las piernas se escapan y me permiten comprobar que son proporcionadas y hermosas. Sus ojos azules, acaban de ser tapados por unas gafas de sol, la bella en la Costa de Azul, se podría haber titulado la escena en la que ella abandona la librería donde trabaja; sin embargo una vez más, la Costa Azul se desvanece y la bella es sólo una imagen que se aleja por la calle.
Me desplazo, la sigo, la alcanzo y cuando quiero decirle que, de todas las cosas maravillosas del mundo sólo hay una que reuna el encanto de todas ellas, me vuelvo introvertido, el corazón se me dispara, las ideas se difuminan en la nada y las palabras campan libres y sin razón. Ella me conoce, sólo soy otro cliente más. Se ha percatado de que estoy a su lado y con modestia, decide atenderme; un hola, un ¿qué tal? y ya es suficiente para mí.
Lo planeado por la razón durante días, se viene al traste cuando estoy cerca de ella, el plan parecía perfecto, sin embargo, ante su persona soy un tartamudo que responde titubeante -sí, bien gracias me dirijo a ver la programación de los Cines Alexandra.-
Ella debe de notar lo patán que soy y esboza una sonrisa, que sosega al monstruo que me daba la sensación ser en aquel momento. La conversación siguió con sus sutiles preguntas, más naturales e inocentes que las que dije yo, llenas de artificio e impertinentes.
Sin venir a cuento, lo dije ¿te apetece tomar algo?, ella volvió a mostrar su perfecta sonrisa y me dijo que no podía, que el tren de Parets se le escapaba. ¿Por qué tengo que meter la pata cuando pasa delante mío un ángel como ella?
Aquella respuesta, me indujo de nuevo al estado introvertido, pero el aire ya era muy pesado para soportarlo. Le dije: -vale-, le desee buena tarde y me fui sonrojado en sentido contrario.
Aquella noche, en mi habitación, lloré mientras repetía para mi mismo: ¿qué planes tendría que hacer?, ¿le habré parecido un bicho raro?, peor aún, ¿no pensará en mis sentimientos?.
No hizo ni un instante que la oscuridad absorbió toda la luz cuando me encontraba en un pasillo largo y lúgrube. A la derecha cinco puertas. Al fondo, latente, la poca luz de la casa parecía emanar de algún televisor encendido. Proyectada en la pared, una sombra no muy alta parecía inquieta.

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