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sábado, 14 de noviembre de 2009

El rapto

Ella siempre decía que la suerte en el juego sólo corresponde con aquellos que son fieles. Aquella tarde de primavera, Perséfone y yo salíamos del Casino con un cheque por valor de cien mil euros. Como habitualmente hacía, nuestra madre nos esperaba en la salida. Aún recuerdo la primera vez que nos vio salir por la puerta; mi hermana y yo éramos dos críos, pero con la edad suficiente para resolver cuasi-satisfactoriamente el black jack, los dados y la ruleta americana; desde entonces hasta ahora han pasado siete años. La diligencia con la que nos acercábamos a ella pronto se transformó en una sonrisa de complicidad. Sin embargo aún no habíamos acabado la interpretación, enfrente de ella, la saludamos y con un disimulado gesto, le dimos el cheque. Fue entonces cuando fuimos a buscar un taxi para volver al hotel; también fue el momento en el que comenzaron mis cavilaciones sobre a qué o a dónde invertiría mi parte. Empero el cuando...
33,000€ invertirlos en algún activo financiero que ofrezca una alta rentabilidad con un riesgo menor.... no, creo que eso no funcionaría, alguien ya inventó algo que se llama estafa piramidal y siempre han acabado por perder, tanto los que invirtieron como los que la dirigieron. ¿Un coche nuevo? no, con los 50,000€ que me llevé hace tres meses me compré un Range Rover. ¿Desaparecer una temporada? no, ya lo hice con veintidós años y todavía me busca la Interpol por eso que ellos consideran contrabando... Veo que no ando muy espabilado, será mejor que lo piense con más calma cuando llegue al hotel. Lo que tenía claro es lo que iba a hacer cuando llegase a mi habitación, llamaría a Marma, ella siempre sabe como apartarme de mi dialéctica con San Agustín y apaciguar mi concupiscencia carnal.
Por cierto, ¿dónde coño están los taxis?
-Parece que hoy hay paro de taxis, mira lo que pone en la primera plana del periódico-
"La huelga pone de pie a los taxistas" Debajo había una foto, los taxistas aparecían detrás de una pancarta. El lema de la panacarta era "por el aumento de la seguridad en nuestro trabajo"
Bueno tendremos que volver en metro
-no espera, ahí deben de estar los servicios mínimos-.
A pocos metros veíamos como de un taxi se apeaba un señor con gabardina. No tardamos mucho en abordar el taxi, atrás se quedaron una pareja de mujeres inglesas de unos cincuenta sños, que nos lanzaron un par de improperios, supongo que por haberles quitado el único taxi que debía de circular por la ciudad.
Una vez dentro del habitáculo me fijé en el hombre de la gabardina y empezó a recorrerme una sensación extraña, su quietud me dejó perplejo. Al acelerar el coche, Perséfone me besó en la mejilla izquierda, ella parecía desprender una alegría propia de alguien que ha realizado con gran diligencia su trabajo, sin embargo yo me encontraba frío. Miré al taxista y me fijé en sus gafas de sol. Le pregunté a mi hermana si ya le había dicho al taxista la dirección del hotel. Ella me respondió inicialmente de forma perpleja, después con complicidad me dijo que no me preocupara, que ya habiamos dejado el trabajo y que ahora nos tocaba disfrutar, terminó por decirme que si, que le había dicho al taxista la dirección del hotel. Supongo que tendría razón, que mientras contemplaba a aquel señor, ella definitivamente había dejado de jugar. Poco a poco me fui tranquilizando al comprobar que nos alejabamos del Casino en dirección al hotel.
Unos minutos después volví a hablar con Perséfone.
¿Llamarás a Hermy?
-no, que va, está muy pesadito con que si lo nuestro va a alguna parte y no quiero que mal interprete, por eso si no le llamó pensará lo que realmente pienso yo sobre él, que es amistad lo que nos une y nada más-
¿una amistad con derecho a roce?
-no seas así (parecía algo enojada), sabes que lo que pasó fue algo extraordinario, que lo hice bajo el abrazo de Baco y que a ti que cojones te importa lo que haga yo con mi vida; a caso me meto contigo porque te tires a Marma o al efebo ése.
No contesté, miré hacia el taxista, pero parecía que estuviera concentrado en la conducción y no hacía por querer oír nuestra conversación.
Decidí mirar un rato por la ventana, veía pasar de largo las tiendas y a las personas que iban acá y acullá sin orden lógico, pero humano no obstante. Debíamos haber dejado atrás el cruce de la Gran Plaza, eso debía de parecerme porque esperaba cruzarla y contemplar el monumento a los caídos y fijarme en el tropel de gente que caminaban por las concurridas aceras, sin embargo, no situaba estas calles cerca de la Gran Plaza, es más, la calle por la que nos dirigíamos parecía alejarse de la ciudad, por ende, alejarse de nuestro céntrico hotel. Dubitativo le pregunté al taxista por qué estaba iendo por esta calle...
No contestó, mi hermana le volvió a preguntar con tono solemne, pero siguió sin contestar.
¡Pare¡ le grité, ¡¡pare aquí, ahora mismo¡¡, pero el taxista hacía como si oyese llover. Le espeté una mirada y decidí abrir la puerta, pero ésta se encontraba bloqueda por el cierre centralizado. ¡¡¡pare maldito cabrón¡¡¡ ¡¡¡déjenos salir¡¡¡
Perséfone movía la palanca de la puerta con vehemencia sin éxito alguno. Mientras, nos encontrábamos rodeados de pinares, en una carretera en pendiente, subiendo hacia el monte.
El frío volvió a recorrerme el cuerpo al comprobar que en ni en mi teléfono, ni el de Perséfone había cobertura; reaccioné de inmediato, me giré, levanté los pies e intenté romper el cristal de la ventanilla. Entonces, una voz grave y seca me dijo, está blindado, el cristal está blindado y el coche también.
¿qué quieres de nosotros, le pregunté? Pero él no respondió
La angustia me crecía por dentro, el habitáculo se me hacía pequeño, el espacio me comprimía, las pulsaciones se me dispararon y empecé a tener nauseas; miré a Perséfone, tiritaba de pánico; decidí coger su temblorosa mano y llevar juntos aquella tensa espera, que por un momento me recordó a los condenados, acercándose al patíbulo.