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viernes, 3 de septiembre de 2010

2.3 La marcha

De camino hacia la puerta que comunicaba con el exterior, me dí cuenta de que menos ésta, las demás se encontraban entreabiertas. La primera puerta empezó a ladearse haciendo sonar la visagra.

Conforme pasaba el tiempo la puerta adquiría velocidad, el primer portazo activó la segunda hoja, que por simpatía empezó a moverse, otro portazo de la primera y primer portazo de la segunda que activó a la tercera puerta.

La casa había preparado su propio comité de despedida; cuarta puerta en funcionamiento, los portazos se repiten con frecuencia, quinta puerta, todas las hojas en movimiento, ningún portazo se solapaba. Del ruido, ecos de tambores anunciando la marcha de los triunfantes. La rueda se puso delante mío, levitando sobre su eje, todavía restos de sangre en la cuchilla, lo podía ver en la parte superior.
De repente las puertas pararon en seco.

Precedido por la rueda, me dirigí sosegado a la puerta de salida, sin embargo sólo avance un par de pasos, una sensación acrecía en mi interior. Miré a la rueda, en la cuchilla superior el reflejo de una botella de ginebra, me giré y la ubiqué en la mesa camilla; retrocedí al salón, la cogí y me percaté de que Luca ya no se hallaba. Lo que sí que se movía era la peícula del Patito Lila, miré un rato la escena cuando el protagonista se encuentra en el rellano de la vieja casa, a donde había llegado tras seguir a una chica con apuros y que le solcitó ayuda. Me apetecía quedarme a ver la escena que se iba a producir en ese instante; ráfagas de proyectiles y sangre recorriendo la habitación, empero, la música, en el ritual de danza destructora, la gimnopedia número 1 de Erik Satié dirigía la imagen que se reproducía a cámara lenta y hacia aquel instante ingrávido.
Cada nota y cada acorde eran vectores de muerte y destrucción, ensimismado veía aquel baile intenso pero breve.
Decidí retroceder la película hasta el inicio de la escena y volví a oír la gimnopedia; subí el volumen, quería que fuese mía en ese instante.
Un momento de ingravidez, acompañado por una botella de Ginebra que precipité por toda la estancia. Me alejaba conforme llegaban los acordes finales, a trás me precedía una cordita de alcohol. El momento final se acercaba, la cadencia.
Una caja de cerillas en mi bolsillo, la canción se paró y el sonido de la película se enmudeció. Un fósforo encendido cayó sobre el alcohol y comenzó a inlfamarse.

-El fuego, la combustión, lo fatuo-

Aquella era otra mañana fría. La decadencia es una situación que se acobija en temperaturas gélidas, bajo cero, un hogar en el que vivía desde hacía tiempo, siempre cuesta abajo, siempre mirando al frío abismo venir. No había prenda de vestir que cubriese aquella sensación, ni cálida mirada en el horizonte. Aprendí en aquella solitaria experiencia, como Orestes convivió con sus remordimientos, a vivir con la rueda y la sangre.

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