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viernes, 17 de septiembre de 2010

3 Sísifo

Un latido, y tu mirada ha penetrado en mi interior; dos latidos, y de mi boca se desprenden sonidos en decadencia; tres latidos, y me dejo llevar absorto; cuatro latidos, y tu mera presencia hipnotiza a mis pasmos; cinco latidos, y ya siento la presión de besarte, la ingravidez, y seis latidos.
Y sucede que, te vas, cuando yo deseaba tenerte cerca.
El tren acaba de abandonar la estación y yo no estoy dentro del vagón, cerca de ti, aquel que me tiene que llevar seguro a casa. Vacío sin ti en la mundanal estación me encuentro, sin saber donde ir ni a quién preguntar: ¿por qué se aleja de mí? Y erré, y errático me pierdo en ello, que en definitiva es nada. Y del miedo a caer en ella, surge una idea a urdir tu ausencia. De la nada vinimos y a la nada volveremos. Ya tejida la nada, queda esperar.
Sin complacencia, la resignación es ardua compañera de espera.
Y ahora le pregunto a aquel que se enfrentó a los Dioses, cuan de tu piedra aceptaste subir la montaña, dime, ¿que ves desde la montaña?
Gente, entedí; personas que portan lo funesto como argolla. Gente errática, locuaz por no soportar la carga.
Entonces entendí, la subida es a título oneroso, ellos se reafirman en su excelso estatus y tu puedes respirar aire puro y huir en un breve lapsus del infecto hedor de la tragedia. Cierto es, que tantos años esperando en el andén, hice del hálito una esencia de mi vida, algo de ella que la define muy bien. Pues que sería la vida sin los aromas del vacío y la nada.

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