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sábado, 25 de septiembre de 2010

Nuestra señora de las Mercedes

El espacio es reducido, la irregularidad del pasillo, obliga a caminar con cautela. Oscuridad, pero no siempre lo lóbrego envuelve el lugar, sólo de 00:00 a 5:30. Hay una intensa necesidad de satisfacción, por ende, un ingente colectivo, se mueve buscando la oportunidad, y cuando la encuentran, empieza digamos, la segunda parte.
No hay edad, mínimo 18, máximo.... Tampoco hay raza, ni creencias, ni diferencia entre solteros y casados, heteros y homosexuales; entran sólos o en pareja, buscan a uno o a "n"

Parte dos. En aquel lugar, las rosas no son rosas sino están envueltas en fragancia industrial, la belleza es opaca, proyectada ésta, sobre una sombra cuyo rostro el imaginario perfila, y éste a su vez, solapado a la búsqueda de placer, provocando en el momento, situaciones "pintorescas". Cuerpos de todas las complexiones, reconocen como rey a aquel que con músculos y tez masculina "a base de cosméticos", viene dispuesto a ocupar el trono. Un espabilado séquito se ha abierto paso y orbitan entorno a él, quieren tocarle, quieren sentirle cerca. Comienzan a liberar su libido, sin embargo, el resultado fue incierto, resulta que aquel rey resultó manco, su espada de la forja salió como espadín y con la imposibilidad de imponer su poder, se ve relegado a permanecer como un cuerpo más a la espera de un amo que le someta.

Todos pasan, todos saben que está allí, sino no irían. Una caricia sienta bien, pero es reconducida - ¡niña, no he venido aquí a ser tu novio, deja que mi mano te guie¡-

Es también un espacio infecto, lleno de transmisiones vía fluidos, alcohol y drogas. Según los parámetros actuales de alarmismo pro complejo industrial farmacéutico de la OMS (Organización Mundial de la Salud), un lugar como aquel, podría ser declarado insalubre con posibilidad de crear una pandemia, así que no es gratuito pensar en extender la costumbre a otros lugares.

Una mano se apoya en mi hombro, de repente la imagen se difumina en la nada, ya no hay lúgubre lugar, sino un manto de estrellas donde cobijarse de lo fatuo, frívolo e inmediato hedonismo. Me giro, para ver mejor a quien con una simple caricia me ha devuelto a la prosaico. Es mi amigo Sión. -Continuemos Sión, sigamos el camino y dejemos que la luz de las estrellas sea la incandescencia que mantenga latente la idea de amor en nuestros corazones-

PD: la carne del corazón, para quienes sólo de la carroña hacen su sustento, es un plato exquisito.

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