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sábado, 2 de octubre de 2010

3.1 Escila

Ella es una mujer de metro sesenta y cinco, complexión delgada, rasgos faciales pronunciados y pelo tinto. Sus negros ojos son apreciables a través del tenue lienzo de humo que la rodea. Fumar la mantiene distraida, lejos de una preocupación con forma humana: su hermano.
Él es quién vive en el habitáculo, al otro lado de la terraza. Que antes que mazmorra, fue cobertizo. Sólo ella posee la llave de la libertad, la que permite el acceso al contenido, en definitiva, aquello que se debe ocultar.
Los ruidos que emanan de su interior, perturban la tranquilidad de la casa; en el piso de abajo, ya no vive nadie y arriba sólo está el cielo de Barcelona como testigo. Las sacudidas desenfadadas, van y vienen de forma irregular, iendo a parar no sólo al laminado de la puerta, sino también contra el muro, de tal suerte que, el propio habitáculo se iergue como argolla.
En vano, las súplicas. En vano, los golpes. En vano, las amenazas.
Ella era consciente de lo que hacía, su voluntad se manifestó en la acción, concebida y después moldeada hasta el día del suceso. El causante, fue quién le otorgó la tutela furiosi, la tutela de su hermano, la tutela de la impotencia, la capitis diminutio máxima. Tutela de día y velada de noche, sin tiempo para su libertad.
Lo había meditado, había tenido mucho tiempo parar pensar en el cómo, pero no el cuando. Mientras el horizonte no anunciase su venida, ella se sumergía en la desesperación, la ansiedad, el miedo; en definitiva, la depresión. Fueron muchas las pastillas, fueron bastantes las consultas psiquiátricas, fueron algunos intentos de suicidio, fue único el día del suceso.
Y sucedió así, la tutela de su hermano Iván, fue transmitida por el padre de ambos mediante un legado. Redactado en vida de éste, no fue modificado a pesar de los ruegos de ella, Reyes, aquella que con Caribdis, sobrevivió a la rueda.
Su sonrisa en forma, era la de una abuela de sesenta en años; me sonreía a mí y a la rueda, observadores en la distancia.
-¿viste a Nico, Susi y Samba?- me preguntó con aquella risa sardónica.
-Sí, están en la habitación de Pamela- se lo dije calmado, intentaba utilizar los términos apropiados.
-Desde hace unas semanas, la casa parece más vacía desde que ella no está. Ella se marchó, ellos me los dijeron- señalaba con la mano izquierda a los gatos retratados en una foto colgada en la pared, mientras que con la derecha volvía a dar una calada al cigarrillo.
-Ella sufría- empezó a hablar con cierta ternura, en adagio, como si estuviese de cuerpo presente, -sufría por haber nacido en un mundo que no le correspondía, si sólo la hubiesen dado una oportunidad, podría haber demostrado que ella puede ser mejor que ellos. Muy triste creeme-
-¡Qué pena Reyes¡- le grité con severa indiferencia.
No cambió su sonrisa hacia mí y esperó a que yo siguiera hablando, estaba pensando que si comenzaba a hablar, en algún momento, podría manejar mis palabras a su antojo, aprovechar un descuido y atacarme.
Pero no iba a caer en su juego. La rabia me crecía por dentro y la rueda empezó a inquietarse.

Reyes miró a la rueda y ésta erguía sus cuchillas. La rueda, como un proyectil recorrió el pasillo hasta dónde se encontraba ella, pero lo único que encontró, fue la puerta de su habitación. Ella se había escapado, había conseguido entrar en la habitación y cerrar la puerta.
En el pasillo había una ventana y tres puertas. La ventana daba al patio de luces, mientras que las puerta de la derecha, llevaba al baño, situada enfrente, la puerta para entrar en la habitación de Reyes y por último, perpendicular a ambas, la puerta de la terraza.
Ésta última se encontraba entreabierta, si Reyes hubiese intentado escapar por ella, la rueda la hubiese alcanzado.
Cuando me acercaba a ésta última, una sombra ágil pasó por el otro lado, en la terraza. Esto me provocó cierta prisa y entré con ímpetu en la terraza, pero allí no había nadie. La terraza sobre un plano, tenía forma de L, así que podía estar esperándome al otro lado o haber entrado por la puerta que comunica con el salón. Antes de seguir hacia adelante, me fijé en que la rueda se había situado delante de la puerta de salida al rellano. Su papel de vigía, hacia más fácil encontrarla, en definitiva, eramos dos contra uno.

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